Un alè d’aire. Francesc Abad/1986-1996. Elogi a l’ombra. Sala Muncunill, Centre Cultural Caixa Terrassa, Galeria Soler Casamada. Terrassa, 1996

Francisco JARAUTA. LA VENTANA CEGADA

español 

 

Los días 18 y 19 de octubre de 1902, en el berlinés Der Tag, Hofmannsthal publicaba su Chandosbrief, interpretada ya desde aquellas fechas como el verdadero manifiesto del siglo XX, de la crisis del fin-de-siècle, al enunciar "aquella extrañeza, irregularidad o enfermedad del espíritu", incapaz de pensar o hablar coherentemente sobre cualquier cosa, imposibilidad derivada del hundimiento del clasicismo, de aquel orden dominado por el poder de la forma, la "profunda, verdadera, íntima "forma", capaz de representar la verdad del mundo y expresar su medida. Para Hofmannsthal como para Karl Kraus el inicio del siglo se presenta como un verdadero Gedankenexperiment, una especie de laboratorio teórico, en el que se disuelven los viejos discursos, al tiempo que crecen los nuevos, ajenos ya a la ilusión fundamentalista que había regido la estrategia de la cultura del clasicismo y que no era otra que la de la simetría o correspondencia del orden del lenguaje y el orden del mundo.

 

Ya antes Goethe en su Winckelmann und seine jahrhundert había intuido como al hombre moderno le pertenecía la deriva, el viaje como forma de experiencia. "Mientras el hombre moderno, casi en todos sus pasos, se lanza hacia el infinito (ins Unendliche), para después regresar, cuando lo consigue, a un punto determinado, los antiguos se sentían, sin más desviaciones (ohne weitern Umweg), felices-dentro de los confines gozosos del mundo (innerhalb der lieblichen Grenzen der schönen Welt). Este difícil estar en el mundo, propio según Goethe del hombre moderno, se convierte en nostalgia de aquel otro estar antiguo, para el que el mundo era casa. Esta forma del clasicismo como nostalgia de la casa, del habitar-conciliados en la bella morada terrestre, queda ahora abandonada. Goethe sabe bien que lo moderno es Umweg. El hombre moderno es viajero, viandante-vagabundo, vaga-mundo-, su andar es oblicuo, pero no puede eliminar la nostalgia de la casa. Para ello, si es preciso, intentará construir -re-formar- esa casa; arbitrará una medida, un orden, contra el que "todo arbitrario perecerá", como anota el mismo Goethe, arrastrado por el furor que le produce la contemplación de los templos de Paestum y Sagesta, en los Italienische Reise.

 

Lord Chandos, más allá de Goethe, hará suya esta experiencia del límite de lo moderno, situándola en las raíces mismas del lenguaje. Descubre la insuficiencia del mismo para nombrar la experiencia y su decisión es la de retirarse de todo ejercicio. En primer lugar, de las palabras abstractas: "y no por reservas de ningún tipo..., sino porque las palabras abstractas que usa la lengua para dar a luz, conforme a la naturaleza, cualquier juicio, se me descomponían en la boca como hongos podridos". Luego, "poco a poco, este malestar se extendía como una herrumbre corrosiva" y aún la palabra más común, en su uso más cotidiano, se convierte en duda, parece indemostrable, inconsistente, falsa. "Incluso los juicios... se volvían para mí tan problemáticos que debía evitar tomar parte en la conversación". En consecuencia, una vez que las palabras ya no podían "nombrar las cosas presentes", tras el retirarse del lenguaje, el mundo comienza a oscurecerse y fragmentarse. "Todo se descomponía en partes, y cada parte en otras partes, y nada se dejaba ya abarcar con un concepto. Las palabras, una a una, flotaban hacia mí: corrían como ojos, fijos en mí, que yo, a mi vez, debía mirar con atención: eran remolinos, que dan vértigo al mirar, giran irresistiblemente, van a parar al vacío – Ningún esfuerzo podrá detener esta pérdida; sólo quedará "la sensación de una espantosa soledad: yo estaba como encerrado en un jardín poblado de estatuas sin ojos". El clasicismo ciego, el viejo ideal de la forma arruinado. No quedará otra salida que abandonar aquel lugar muerto.'De nuevo traté de refugiarme en lo abierto (ins Offne)". Ahora sí, es el fluir mismo de la vida el que lo sorprende e invade. Descubre con vértigo la identidad universal, el valor absoluto y la equivalencia de todas las cosas; en todo cuanto existe -en la belleza en la locura, en la bondad y en el delito- siente "una gran unidad" e intuye que toda experiencia, por disímil que sea, es luminosa. "Una regadera, un rastrillo olvidado en el suelo, un perro al sol, un pobre cementerio, un lisiado, una pequeña casa de campesinos, todos ellos pueden convertirse en cuenco de revelación". Esta incesante correlación de los seres precipita a Lord Chandos en una especie de "constante borrachera". La soledad anterior se transforma en exaltación dionisíaca ante la violenta epifanía de las cosas, que ahora se sustraen a toda racionalidad y voluntad. Todo objeto asume así una dimensión mística, un valor absoluto; en lugar de la banalidad indiferenciada del mundo, triunfa ahora una luminosa e infinita presencia de realidades absolutas.

 

No importa si esta nueva experiencia no pueda ser nombrada. El aparente sentimiento de proximidad y afinidad sobre el que Lord Chandos establecía su nueva forma de relación con el mundo, regresa de nuevo al silencio. No ha quedado resuelta, suturada aquella extrañeza primera con la que se abre la Brief La crisis del sistema de los signos es sobre todo crisis del sujeto, que ya no es capaz de situarse como centro jerárquico de la proposición, como punto prospectivo desde el que organizar el mundo. En consecuencia, de nuevo, el silencio ante lo abierto. La espera es obligada, necesitada: "El lenguaje en el que quizás me fuera dado, no sólo escribir, sino incluso pensar, no es el latín, ni el inglés, ni el italiano o español, sino un lenguaje del que no conozco una sola palabra, un lenguaje en el que me hablan las cosas mudas y en el que, quizás, una vez en la tumba me justificaré ante un juez desconocido".

 

Sólo un camino penoso y sublime, como es el que va de la Chandosbrief hasta Der

Turm, podrá abrir este silencio. El destino del lenguaje moderno será, comenta W. Benjamin, el de no poder "redimir", de no poder "resolver". Un "desolador pesimismo" se posesiona de la palabra hasta el punto de hacerla ya no habitable. Del silencio de Lord Chandos al de Wittgenstein domina una sola posición: un límite riguroso recorre y define aquel poder decir con el que el sujeto moderno reunía el mundo y olvidaba su diferencia. Arrojados ahora de la "antigua casa del lenguaje", sólo queda exponerse a "lo abierto". Más allá de la pérdida, se abre un espacio que desde dentro de la antigua casa era invisible: el espacio que las palabras de la ética y la estética no consiguen todavía nombrar. En carta de mayo de 1940, Benjamín escribía a Adorno: "La lengua de la que Hofmannsthal se ha visto privado, podría ser aquella que en aquel mismo momento viene dada a Kafka". Esa "nueva lengua", un nuevo lenguaje será en efecto, la tarea de las nuevas poéticas, uno de los nudos más significativos de la reflexión teórica de primeros de siglo.

Francisco Jarauta